sábado, enero 14, 2006

Diario de vida de una mujer


5 de enero, 2003

Todo esto me parece tan extraño, llegar al extremo de comprar un diario de vida para no sentirme tan sola. Pero en fin, ya lo compré y no lo voy a dejar tirado debajo de mi cama porque eso sería no asumir mi completa y desquiciada soledad.

Hoy ha sido un día maravilloso, por fin pude mirarme en el espejo sin sentir que he fracasado, esto no quiere decir que esté conforme con lo que hago, porque no lo estoy, pero acepto que voy mejorando.

Soy actriz una de esas comunes y corrientes que se gastan la vida fumando y bebiendo café, soy esa típica mujer de casi 25 años de edad que sufre una crisis existencial por no saber que hacer ni a donde ir. Sufro de vergüenza, baja autoestima y deseos de morir, siento que este mundo no está hecho para mí, o por lo menos por ahora. Soy una niña o una mujer (eso ya da lo mismo) que se siente frustrada ante la superficialidad de este mundo.

Cómo me gustaría poder recorrer las calles, mis calles, sin tropezarme con esas caras de asco y con ojos que queman. Cómo me gustaría poder salir de mi casa hacia el teatro con la plena confianza de que esta vez me gustará como desempeño mi trabajo. Pero aunque me sucedan estas cosas, hoy de todas maneras a sido un buen día, vi a un niño riendo, mariposas volando, y me pillé cantando una canción mientras espera que el semáforo de la esquina de mi casa diera la luz verde, hace mucho que no cantaba.

Cuando estaba cerca de mi casa, como todos los días, suelo mirar hacia la izquierda para ver que está ocurriendo en esa plaza que, por cosas de la vida, lleva mi nombre. Y fue entonces cuando te vi. Un ser completamente normal, con ojos nunca antes vistos y cara particular, las rodillas me temblaron y tuve que apoyarme en la reja para no caer al suelo. Tenía que mirarte más de cerca, para que así tú también pudieras verme. Y me inventé una excusa para llegar hacia ti, rápidamente saqué un libro de mi bolso y caminé al banco justo en frente del tuyo, abrí el libro y comencé a leer (a hacer como que leía). Encendí un cigarrillo, y en ese instante te paraste y comenzaste a caminar en dirección hacia mí.

-¿Tienes fuego?
-¿Fuego?
-Si
-Ahhh… si, claro, espera un segundo.

Las rodillas no paraban de temblar, mi voz se entrecortó, y mi pulso no era el de siempre.

-Gracias
-De nada

Te alejaste así como si nada, pero no importa por lo menos te vi. Mientras te alejabas, no pude despegar mi mirada de tu cuerpo, perfectamente sincronizado con el aire. Una vez que te perdí de vista, mi ritmo cardiaco volvió a la normalidad. Recobré el aliento, me paré del banco, llegué a mi casa, entré, tomé este famoso cuadernillo, y comencé a escribir.

10 de enero, 2003

Hace 5 días que no escribo, no es por el exceso de trabajo, aunque también es una buena razón, pero en este caso no lo es. Durante estos 5 días, después de mi cansadora jornada, al llegar a mi casa tomo el mismo libro, me siento en el mismo banco a esperar tu llegada, caminas hacia mí y me pides fuego.

Hoy pasó algo aún mejor que verte, todos estos días caminar. Porque esta vez ya no te sentaste enfrente, sino a mi lado. Preguntaste mi nombre. Fue difícil, pero te lo confesé. Y fue la mayor confesión que he hecho, no me preguntes por qué, pero así fue. Tomaste mi mano, me dijiste hermosa y yo aun no sabía tu nombre. Quería preguntarlo, pero mi boca no podía esbozar palabra alguna. Me congelé, no sabía si sacar la mano, decirte algo, o mirarte por lo menos. Cuando, sin darme cuenta, me encontraba abrazándote, y de un minuto a otro, sin previo aviso, te echaste a llorar. ¿Qué hace una mujer frente a un desconocido, que mueve en segundos todo lo irremovible de un ser humano? ¿Qué hacía frente a este hombre? ¡Un desconocido, por Dios, un desconocido!

Luego de unos instantes, que parecieron eternos, me pediste disculpas. Pero por qué, si no había nada que perdonar. Te secaste los ojos sudados de angustia, y comenzaste hablar:

-No quiero asustarte
-No lo haces
-Debes creer que soy un loco
-¿Quién no lo es?
-Tú
-¿Yo? Yo estoy loca hace mucho tiempo, y el mundo completo lo está.
-Tienes razón
-¿Por qué lloras?
-Por la vida
-¿Tanto daño te a hecho que sólo te queda el llanto?
-No puedo confesarte nada, sólo que perdí.
-Perdiste. Pero cómo, si en la vida nunca se pierde, si no, se gana.
-Perdí la fe, no hablo de religión, porque eso no está en juego. Simplemente perdí.

Esto parecía una broma, él perdía la fe en “algo” y yo recuperaba la mía.

Se levantó lentamente, me miró directo a los ojos y sin decir ni una sola palabra se marchó. Me di cuenta que no necesitaba hablar para decirme todo lo que estaba pensando, sus ojos transparentes tenían un lenguaje propio, repetían una y otra vez con voz fuerte y clara:

“Quiero creer que creo.
Quiero creer que te importo.
Quiero creer que sí puedo.
Quiero creer, simplemente, creer”.

18 de enero, 2003

Todos estos días no he querido mirar hacia la plaza, porque no sabía como enfrentarte. Tenía miedo, y es cierto, tenía tanto miedo con todo esto… es que no es algo que se pueda catalogar de “normal”, pero atravesé y decidí esperar por ti. Estaba en eso cuando me di cuenta que me dirigía hacia un precipicio, y no podía detenerme. Por más que intentara, mi cuerpo no respondía. Estaba asustada, como nunca antes lo había estado, miraba a mi alrededor y no había nadie. No sabía qué hacer, así que grité con todas mis fuerzas. El grito salió del alma, como lo hacen todos aquellos arrebatos diarios que suelo tener.

Caí al suelo, mis manos se aferraron a la tierra, mis ojos no paraban de llorar. Mis errores golpeaban mi cabeza, como un hacha a la leña, el hacha no para hasta romperla. Mis errores hacían lo mismo conmigo, me rompían en mil pedazos. Me dolía el cuerpo, el alma, hasta la sangre que pasaba por mis venas me dolía. Una vez de pie, traté de avanzar, despacio, para no caer nuevamente. Necesitaba mirar lo que estaba delante de mi, pero estaba todo tan oscuro que me era imposible. Me paralicé, di todo por perdido.
Había llegado a la reja de mi casa, cuando sentí tu voz diciendo mi nombre. No dijiste nada, sólo levantaste tu mano y me entregaste un papel. Tu boca temblorosa me susurró al oído:

-Lo escribí el ultimo día te vi.

Giraste y desapareciste. Entré corriendo a mi casa, encendí las luces, me senté en la cama, y leí.

-La noche era eterna y mi insomnio también, así que salí en busca de nada. Una vez en la calle, encendí un cigarrillo, y así comenzó mi recorrido hacia el infierno. Descendí hasta profundidades nunca antes vistas; vi niños, mujeres, hombres y ancianos; vi todo lo que lo que un hombre no es capaz de soportar. Entonces me di cuenta que me encontraba en las calles prohibidas. Esas calles que se nos hacen tenebrosas. Esas que sólo los valientes se atreven a cruzar. Esas supuestas calles, en las que se tiene suerte si se sale vivo. Si era tan terrible, ¿Por qué yo no sentía miedo? ¿Cómo alguien puede temer de gente, personas, seres humanos, iguales a nosotros?
Son humanos con una vida injusta y cruel, y cómo son capaces de no ver que son personas, si tienen brazos, piernas, ojos. Tienen todo lo que los acredita como vivos, que sienten, que piensan.
No lo pude evitar, estaba tan rodeado de angustia, al ver una realidad olvidada, que me senté en una piedra y se me heló el cuerpo. En esos momentos, los roles se cambiaron, y el indigente era ahora yo.
Sus miradas parecían quemar mi piel y los murmullos eran constantes. No podía moverme, así que sólo me concentraba en respirar. Y en esos momentos desaparecí, parecía como si entrara en otra dimensión y muriera, y cuando por fin reviví, me sentí parte de ellos.
Pero escapé. Escapé y mientras corría, creí pisar rostros, voces y días… Dimensiones en las que tú no estás, y en las que yo no quiero pensar en la sangre derramada, que cae de mis pies de tanto correr.


No sabía que pensar, así que me dormí.

20 de enero, 2003

Cuando salí de mi casa en la mañana, te encontrabas parado afuera de mi puerta, con un ramo de rosas en las manos. Era perfecto, como cuando uno era niña y soñaba con amores como los de Romeo y Julieta. No pude evitarlo, al recibir las flores, te di un beso, y te echaste a reír. Me sentí ultrajada, así que caminé a perderme. Tú corriste tras mí, y dijiste:
-Era lo que estaba esperando.
-¿Entonces por qué te ríes?
-Porque no me lo esperaba.
-¿Y qué esperabas entonces?
-Una sonrisa o un “¡estas loco!”. Quién eres, mujer.
-Soy simplemente eso, una mujer. Una mujer como cualquiera, con vida, muerte, deseos y dolores.
-Qué haces, a qué te dedicas.
-Soy actriz, y si no me dejas ir, voy a llegar atrasada al ensayo. Y eso no está bien.
-No es que vayas a llegar atrasada, es que hoy no vas a llegar.

Y así fue. No llegué. Caminamos juntos por mucho rato, hablando de la vida, del amor, de los sueños, uff… de tantas cosas que son imposibles de relatar. Comenzamos un romance, uno de esos intensos, que te llevan hacia otro mundo.

Lo amo, hoy más que nunca lo amo. Nunca en mi vida había sentido algo así por algo o alguien. Nunca. Lo juro, y lo hago con certeza, porque este sentimiento es mío y de él, de nadie más. Por fin siento que la vida me pertenece, nos pertenece.

Lo amo, y ese es el punto final.


8 de mayo, 2003

Las cosas han cambiado, ya no somos los mismos. Tú ya no me miras, y a mí me aburre mirarte. Lo intento. Créeme que lo intento, pero es una tarea demasiado pesada…

Terminamos hoy. Se supone que acabó la historia y debería sentirme tranquila por ello. Porque me haces mal. Me denigraste al tratarme como una cualquiera, al jugar conmigo como si fuera algo que puedes controlar. Yo no soy así, soy débil y fuerte a la vez. Estábamos jugando con fuego, y me quemé entera.


A pesar de estar separados, todavía seguimos viéndonos en la misma plaza. Como dos viejos amigos.

Estoy demacrada y ya no lo soporto, no quiero oír tus malditas historias que hablan de nada.

Hace muchos días que estoy enferma. Enferma de miedo, cobardía y dolor. Cómo quisiera tener los ojos secos como antes, pero se me hace imposible. La vida es tan dura, y soy tan torpe para vivirla. ¡Se me hace insoportable respirar, sentir!!!!!!!!!!!!!

Tengo miedo, y tú lo sabes. Entonces, ¿Por qué te quedas tan tranquilo? ¿Acaso no te compadeces de mi sufrimiento? ¿Acaso no dijiste que me amabas? No, nunca lo dijiste, me lo dijeron y lo creí, porque te amo. Me enamoré de ti, no sé en qué minuto, pero me enamoré, y no encuentro la palanca que dice “marcha atrás”.

No puedo hacer nada contra lo que siento, incluso me cuesta reconocerlo. ¡¿Por qué cresta no te puedo sacar de mi mente?! Estás metido en mi cabeza como una maldita canción que no para, se repite una y otra vez, las 24 horas del día. No puedo dormir, tú me estas matando, y quiero vivir.

Vivir sin que el dolor oprima mi pecho,
vivir sin que estés tu presente,
vivir sin sentirme culpable por pensar como pienso,
vivir sin querer que todo se vaya a la mierda, incluso mi vida.
¿¿Es mucho pedir??

Y si las cosas son así, y es parte de la vida. ¡¡¡¿Por qué no puedo seguir soportándola?!!!

23 de agosto, 2003

Hoy definitivamente no ha sido, y no va a ser, un buen día. El cielo está horrible, y por las calles no anda nadie. Respiro olor a muerto, parece que soy. Quiero borrarte de mis recuerdos, quiero matarte en mis sueños. Por tu culpa ya no me reconozco, no sé qué pasa conmigo. Todo el tiempo pienso en ti, y no quiero hacerlo, pero dime, por favor, cómo te detengo.

Hoy escribí algo que identifica lo que siento, hoy jugué a ser escritora. Porque para solo eso me alcanza, para jugar a ser…

-Día nublado. Día de niebla espesa, tan espesa que se me hace imposible ver las puntas de mis pies. También influye el que esté oscuro, pero de eso no me había percatado.

Día-noche
Noche-día

Para mí eran los mismos, hasta que oscureció para siempre.
Desde ese momento empecé a caminar sin detenerme, y desde ese entonces ya ha pasado mucho tiempo.

Caminando, caminando, siempre caminando...

Camino por las calles de Santiago,
camino por afuera de mi casa,
camino por las murallas de mi pieza,
camino por mi respiración,
camino por los rincones de mi corazón,
camino por el torrente de mi conciencia,
camino por... todas partes.

Y no me voy a detener, porque cada vez que lo hago, comienzo a sentir. Siento un vacío inmenso que me cala hasta los huesos. Pero aún con el dolor, seguiré caminando.


Camino para tener en que pensar,
camino para olvidar que pienso,
camino para sonreír,
camino para ver que sonreír no sirve,
camino para mirar,
camino para darme cuenta que mirar hace daño,
camino para matar el tiempo,
camino para que éste no me mate a mi.


Hoy quedé vacía de todo, completa de nada. Por eso dejaré de escribir, porque simplemente ya no tengo nada mas que decir.

Buenas noches.